MIGUEL PERDOMO NEIRA
EMPIRICO. - Nació en La Plata, estado de Tolima, Colombia, en Septiembre de 1833, de familias antiguas y oriundas de España; se ignora el nombre de su padre pues fue hijo natural de María Concepción Perdomo, de estado civil soltera.
Sobre sus primeros años no se conoce mayor cosa, sabiéndose que desde pequeño se empleó de labriego a jornal en labores agrícolas para ayudar a su pobre y desamparada madre, que le educó cristianamente, enseñándole a practicar la caridad con el prójimo.
Muy joven se fue a correr aventuras en las montañas con dos amigos y entraron en la tribu de los indios Andaquíes.
Sus compañeros llamaban Sebastián Quintero y Domingo Pachón y murieron a manos de los salvajes; no así Perdomo, que logró sobrevivir y aprendió sus idiomas y hasta se llegó a adaptar a sus costumbres durante los cinco años que habitó entre ellos y que corrieron desde 1855 al 1860, durante los cuales aprendió varios secretos terapéuticos entre las tribus de los Indios Sibondois y Macabeos, que también frecuentó.
Mientras tanto había logrado civilizar a diez hombres y dos mujeres que llevó al poblado de San Agustín a bautizar.
En 1860 estalló la guerra civil en Colombia y con tal motivo Perdomo se enroló en las tropas del General Julio Arboleda y combatió en numerosas acciones. "Vencido su partido y prisionero él en unión de otro alto oficial, fueron condenados a muerte, pero logró salvarse del patíbulo fugandose por entre sus centinelas, con admirable estratagema de serenidad.
"Entonces huyó a las montañas llevando a su madre, esposa y un hijo de pecho y llegó al poblado de Timbío en Cauca donde se transformó en curandero, copando la atención de toda Colombia pocos meses después debido a sus milagrosos tratamientos. Era el año de 1865.
Su biógrafo el Dr. Esteban Ovalle dice:
"Un acontecimiento grandioso en los fastos de la ciencia y de alta trascendencia para la humanidad, se viene cumpliendo en Colombia desde ese año, digno por su naturaleza del estudio del médico y de la meditación del filósofo, solo ha merecido hasta ahora ovaciones del pueblo".
Perdomo no preguntaba quien era el que padecía ni acostumbraba cobrar por sus trabajos pues buenamente aceptaba lo que le daban por ellos sin exigir nada a cambio.
De Colombia pasó a Quito en 1866 siempre modesto y bondadoso y hasta llegó a no cobrar por los medicamentos que entregaba, pero como las autoridades le exigieron rendir un examen para continuar con sus prácticas, se regresó a su tierra con la bendición de todos los que había sanado.
Nuevamente en Colombia, pasó a Bogotá donde realizó numerosas operaciones, e hizo célebre la extracción de un tumor de catorce libras de peso a un hombre, sin dolor y sin hemorragia, pues utilizando unos polvos que solo él conocía, paralizaba los flujos de sangre mientras intervenía al paciente; la policía, movida por los médicos, allanó su domicilio y le decomisaron sus productos concitando la indignación popular, que llegó en cierto momento a hacerse tan grave, que las autoridades temieron la caída del gobierno y entonces Perdomo comprendió que su presencia traería mayores odiosidades y huyó a Popayán, mientras la capital se inundaba de hojas sueltas, unas a favor y otras en contra de tan discutida figura.
En Popayán estableció en 1868 un hospital en la hacienda "San Juan de Dios" donde atendía a cientos de enfermos. Un día descubrió que en el pueblo de Supía habían contratado a varios desalmados para asesinarlo pero se dio mañas para desarmarlos, curo a dos de ellos y hasta les regaló ropas y dinero.
Su biógrafo, con mucho de exageración, habla de 207.185 curaciones realizadas entre el 1865 y el 1873 sin contar con las operaciones quirúrgicas que también fueron muchas. Ese tipo de estadística es muy difícil de llevar, mas aún en tiempos en que no existían las computadoras, de allí que la ponemos en serias dudas. Mas, es el caso, que Perdomo tenía fama de caritativo, honesto y servicial, a la par de mago o yoga milagroso que obtenía curaciones imposibles, dignas de figurar en la listado lo que no se puede explicar a la luz de nuestra ciencia.
A veces llegó al colmo de curar por grupos que formaba de entre la multitud por la analogía de dolencias, explicándose quizás de esa forma el alto número de curaciones que trae su biógrafo. También el Dr. Ricardo de la Parra publicó que Perdomo intervenía en los órganos más delicados, sus diagnósticos y pronósticos eran asombrosos, sanaba ciegos totales y antiguos, detenía cataratas, nubes, el terigión y el ectropión. Operaba pecho y garganta, cortaba arterias, tejidos fibras y vasos sin hemorragias, abría la matriz y el vientre, extraía el hígado, baso, riñones, vejiga, intestinos y sacaba quistes, condilomas, cálculos, estratomas, tumores y excrecencias de toda clase, devolvía la fecundidad a las mujeres estériles y el poder generador a los hombres, curaba la lepra, el asma y la locura, hacía caminara los paralíticos y hasta enderezaba a los tullidos.
¡Qué maravilla! todo ello sin aspavientos, ni emociones fuertes y como era un hombre de Dios, infundía fe a los incrédulos, daba reposo y bienestar a los desesperados y nerviosos y hasta sacaba tumores de la garganta a los cotudos. Por eso su fama crecía a ojos vista y la gente lo seguía. Modesto Chávez Franco le calificó en este siglo de yoga milagroso pues no utilizaba instrumental en sus operaciones y cuando llegó a Guayaquil a fines de 1874 y comenzó a extraer tumores y a cortar quistes con habilidad y presteza extraordinaria, no faltaron los chistosos que quisieron jugarle una broma y estando Perdomo atendiendo a su numerosa clientela en la botica "El Comercio" del Dr. José Payeze, ubicada en la esquina de las calles Comercio y Aduana, bajos del edificio de Rosendo Aviles (hoy Pichincha y Clemente Ballen, edificio de la Empresa Municipal de Agua Potable) se apareció un mocito haciendo aspavientos de gran dolor y señalándose el vientre. Todo fue que lo vio Perdomo y le dio un ligero masaje por varios sitios de la región abdominal, diciéndole:
"Ud. no tiene nada -hijo mío- sino ganas de burlarse de mi; pero ahora corra, si no quiere que se burlen de usted, corra a su casa porque va a ponerse hecha un asco su ropa interior".
Y efectivamente el mozo tuvo que echarse a correr y no se sabe si atinó a llegar a tiempo a su casa o si se hizo la mayor en media calle. A otro sujeto le hizo arrojar por la boca la tenia o solitaria con solo ponerle en la punta de la lengua una dedada de polvito y hacerle asomar al balcón más próximo.
Y aquí viene la leyenda, pues estando en Guayaquil falleció violentamente y según se ha podido saber, su muerte fue por causas naturales y se debió a la epidemia de viruela que entonces asolaba el puerto, aunque otros autores cuentan lo siguiente:
"Estaba operando el bocio o coto de una mujer, en el claustro vastísimo de la casa de Rosendo Aviles y rodeado de numerosos curiosos, pues tenía la costumbre de operar al aire libre y recubierto de una túnica nazarena color morado. El público llenaba los balcones del primer piso de la casa, cuando en lo mejor de la operación le cayó en el centro de su cabeza descubierta, un salivazo, echado por un mozalbete de esos que en todo tiempo quieren llamar la atención de la gente con cualquier extravagancia o estupidez, o buscar la risa de otros intensos que premian sus mangajadas. Perdomo no hizo mas que mirar hacia arriba y ponerse pálido, terminando su intervención como pudo, no sin antes murmurar "Me han matado".
Otros dicen que solamente se limpió la inmundicia en silencio y terminó la operación, mas lo cierto fue que desde ese momento, despojado del ropón y visiblemente alterado, subió al claustro alto en busca del autor de la ofensa para castigarlo y como no lo halló, al momento de bajar sufrió un desmayo de cólera y tuvo que ser llevado a su casa, de la que no volvió a salir porque murió el 24 de Diciembre de 1874, aquejado de viruelas, aunque bien pudo ser que por efecto de la cólera se le alterara el ritmo de su vida.
En 1877 su viuda exhumó los restos y como Perdomo había sido hermano de la Tercera Orden Franciscana, fue enterrado en el templo, que se quemó durante el Incendio Grande de 1896.
El Dr. Mauro Madero, en su "Historia de la Medicina" en la Provincia del Guayas escribió que fue un empírico con un arsenal terapéutico muy escaso; unos polvos vomi-purgantes y alguna que otra sustancia en su mayor parte vegetales. Su éxito principal consistía en impedir las hemorragias en determinadas operaciones como bocios, lipomas, pólipos, etc. Le califica de curandero bien intencionado, pero lo acusa de haber provocado la muerte de una paciente en Quito, lo que motivó su prisión, de la que salió por influencias de su amigo el Padre Sodiro, S. J. a quien probablemente enseñó algunos de sus secretos botánicos.
Perdomo quería viajar a Europa y así lo había expresado en múltiples ocasiones, donde posiblemente su talento y arte hubieran sido mejor apreciados. En Guayaquil operó muy poco pues solo estuvo un mes o quizás algo mas. Se citan cuatro operaciones que le hicieron famoso en el puerto:
1) la extracción de un tumor de la mama,
2) Otro de la muñeca de una mujer,
3) Extracción de una carnosidad en el ojo, y
4) La extracción de una callosidad en la fosa nasal de una niña.
El diario "La Nación" en 1884 refirió el siguiente caso: "Pasaba Perdomo una mañana por el portal de la casa de los señores Sánchez, frente a la iglesia de San Agustín, cuando un hombre del pueblo se le arrodilló en la calle pidiéndole que le extrajera una bala que por espacio de muchos años tenía en una pierna. Perdomo le dijo que descubriera el lugar que indicaba; y cuando el pobre hombre creía que estaba estudiando el mal. Este puso en sus manos la bala, que había extraído casi sin dolor, en un instante, sin sangre y para colmos sin que el interesado se hubiera percatado de ello. ¿Milagro?".
La única fotografía que se le conoce lo muestra blanco, delgado, de estatura mas bien pequeña, bigote, barba de perilla y cabellos negros. Una calvicie pronunciada y la frente amplia. denotan al hombre intelectual, inteligente, bondadoso por el gesto y la mirada.
Fuente: Diccionario Biográfico de Ecuador
EMPIRICO. - Nació en La Plata, estado de Tolima, Colombia, en Septiembre de 1833, de familias antiguas y oriundas de España; se ignora el nombre de su padre pues fue hijo natural de María Concepción Perdomo, de estado civil soltera.
Sobre sus primeros años no se conoce mayor cosa, sabiéndose que desde pequeño se empleó de labriego a jornal en labores agrícolas para ayudar a su pobre y desamparada madre, que le educó cristianamente, enseñándole a practicar la caridad con el prójimo.
Muy joven se fue a correr aventuras en las montañas con dos amigos y entraron en la tribu de los indios Andaquíes.
Sus compañeros llamaban Sebastián Quintero y Domingo Pachón y murieron a manos de los salvajes; no así Perdomo, que logró sobrevivir y aprendió sus idiomas y hasta se llegó a adaptar a sus costumbres durante los cinco años que habitó entre ellos y que corrieron desde 1855 al 1860, durante los cuales aprendió varios secretos terapéuticos entre las tribus de los Indios Sibondois y Macabeos, que también frecuentó.
Mientras tanto había logrado civilizar a diez hombres y dos mujeres que llevó al poblado de San Agustín a bautizar.
En 1860 estalló la guerra civil en Colombia y con tal motivo Perdomo se enroló en las tropas del General Julio Arboleda y combatió en numerosas acciones. "Vencido su partido y prisionero él en unión de otro alto oficial, fueron condenados a muerte, pero logró salvarse del patíbulo fugandose por entre sus centinelas, con admirable estratagema de serenidad.
"Entonces huyó a las montañas llevando a su madre, esposa y un hijo de pecho y llegó al poblado de Timbío en Cauca donde se transformó en curandero, copando la atención de toda Colombia pocos meses después debido a sus milagrosos tratamientos. Era el año de 1865.
Su biógrafo el Dr. Esteban Ovalle dice:
"Un acontecimiento grandioso en los fastos de la ciencia y de alta trascendencia para la humanidad, se viene cumpliendo en Colombia desde ese año, digno por su naturaleza del estudio del médico y de la meditación del filósofo, solo ha merecido hasta ahora ovaciones del pueblo".
Perdomo no preguntaba quien era el que padecía ni acostumbraba cobrar por sus trabajos pues buenamente aceptaba lo que le daban por ellos sin exigir nada a cambio.
De Colombia pasó a Quito en 1866 siempre modesto y bondadoso y hasta llegó a no cobrar por los medicamentos que entregaba, pero como las autoridades le exigieron rendir un examen para continuar con sus prácticas, se regresó a su tierra con la bendición de todos los que había sanado.
Nuevamente en Colombia, pasó a Bogotá donde realizó numerosas operaciones, e hizo célebre la extracción de un tumor de catorce libras de peso a un hombre, sin dolor y sin hemorragia, pues utilizando unos polvos que solo él conocía, paralizaba los flujos de sangre mientras intervenía al paciente; la policía, movida por los médicos, allanó su domicilio y le decomisaron sus productos concitando la indignación popular, que llegó en cierto momento a hacerse tan grave, que las autoridades temieron la caída del gobierno y entonces Perdomo comprendió que su presencia traería mayores odiosidades y huyó a Popayán, mientras la capital se inundaba de hojas sueltas, unas a favor y otras en contra de tan discutida figura.
En Popayán estableció en 1868 un hospital en la hacienda "San Juan de Dios" donde atendía a cientos de enfermos. Un día descubrió que en el pueblo de Supía habían contratado a varios desalmados para asesinarlo pero se dio mañas para desarmarlos, curo a dos de ellos y hasta les regaló ropas y dinero.
Su biógrafo, con mucho de exageración, habla de 207.185 curaciones realizadas entre el 1865 y el 1873 sin contar con las operaciones quirúrgicas que también fueron muchas. Ese tipo de estadística es muy difícil de llevar, mas aún en tiempos en que no existían las computadoras, de allí que la ponemos en serias dudas. Mas, es el caso, que Perdomo tenía fama de caritativo, honesto y servicial, a la par de mago o yoga milagroso que obtenía curaciones imposibles, dignas de figurar en la listado lo que no se puede explicar a la luz de nuestra ciencia.
A veces llegó al colmo de curar por grupos que formaba de entre la multitud por la analogía de dolencias, explicándose quizás de esa forma el alto número de curaciones que trae su biógrafo. También el Dr. Ricardo de la Parra publicó que Perdomo intervenía en los órganos más delicados, sus diagnósticos y pronósticos eran asombrosos, sanaba ciegos totales y antiguos, detenía cataratas, nubes, el terigión y el ectropión. Operaba pecho y garganta, cortaba arterias, tejidos fibras y vasos sin hemorragias, abría la matriz y el vientre, extraía el hígado, baso, riñones, vejiga, intestinos y sacaba quistes, condilomas, cálculos, estratomas, tumores y excrecencias de toda clase, devolvía la fecundidad a las mujeres estériles y el poder generador a los hombres, curaba la lepra, el asma y la locura, hacía caminara los paralíticos y hasta enderezaba a los tullidos.
¡Qué maravilla! todo ello sin aspavientos, ni emociones fuertes y como era un hombre de Dios, infundía fe a los incrédulos, daba reposo y bienestar a los desesperados y nerviosos y hasta sacaba tumores de la garganta a los cotudos. Por eso su fama crecía a ojos vista y la gente lo seguía. Modesto Chávez Franco le calificó en este siglo de yoga milagroso pues no utilizaba instrumental en sus operaciones y cuando llegó a Guayaquil a fines de 1874 y comenzó a extraer tumores y a cortar quistes con habilidad y presteza extraordinaria, no faltaron los chistosos que quisieron jugarle una broma y estando Perdomo atendiendo a su numerosa clientela en la botica "El Comercio" del Dr. José Payeze, ubicada en la esquina de las calles Comercio y Aduana, bajos del edificio de Rosendo Aviles (hoy Pichincha y Clemente Ballen, edificio de la Empresa Municipal de Agua Potable) se apareció un mocito haciendo aspavientos de gran dolor y señalándose el vientre. Todo fue que lo vio Perdomo y le dio un ligero masaje por varios sitios de la región abdominal, diciéndole:
"Ud. no tiene nada -hijo mío- sino ganas de burlarse de mi; pero ahora corra, si no quiere que se burlen de usted, corra a su casa porque va a ponerse hecha un asco su ropa interior".
Y efectivamente el mozo tuvo que echarse a correr y no se sabe si atinó a llegar a tiempo a su casa o si se hizo la mayor en media calle. A otro sujeto le hizo arrojar por la boca la tenia o solitaria con solo ponerle en la punta de la lengua una dedada de polvito y hacerle asomar al balcón más próximo.
Y aquí viene la leyenda, pues estando en Guayaquil falleció violentamente y según se ha podido saber, su muerte fue por causas naturales y se debió a la epidemia de viruela que entonces asolaba el puerto, aunque otros autores cuentan lo siguiente:
"Estaba operando el bocio o coto de una mujer, en el claustro vastísimo de la casa de Rosendo Aviles y rodeado de numerosos curiosos, pues tenía la costumbre de operar al aire libre y recubierto de una túnica nazarena color morado. El público llenaba los balcones del primer piso de la casa, cuando en lo mejor de la operación le cayó en el centro de su cabeza descubierta, un salivazo, echado por un mozalbete de esos que en todo tiempo quieren llamar la atención de la gente con cualquier extravagancia o estupidez, o buscar la risa de otros intensos que premian sus mangajadas. Perdomo no hizo mas que mirar hacia arriba y ponerse pálido, terminando su intervención como pudo, no sin antes murmurar "Me han matado".
Otros dicen que solamente se limpió la inmundicia en silencio y terminó la operación, mas lo cierto fue que desde ese momento, despojado del ropón y visiblemente alterado, subió al claustro alto en busca del autor de la ofensa para castigarlo y como no lo halló, al momento de bajar sufrió un desmayo de cólera y tuvo que ser llevado a su casa, de la que no volvió a salir porque murió el 24 de Diciembre de 1874, aquejado de viruelas, aunque bien pudo ser que por efecto de la cólera se le alterara el ritmo de su vida.
En 1877 su viuda exhumó los restos y como Perdomo había sido hermano de la Tercera Orden Franciscana, fue enterrado en el templo, que se quemó durante el Incendio Grande de 1896.
El Dr. Mauro Madero, en su "Historia de la Medicina" en la Provincia del Guayas escribió que fue un empírico con un arsenal terapéutico muy escaso; unos polvos vomi-purgantes y alguna que otra sustancia en su mayor parte vegetales. Su éxito principal consistía en impedir las hemorragias en determinadas operaciones como bocios, lipomas, pólipos, etc. Le califica de curandero bien intencionado, pero lo acusa de haber provocado la muerte de una paciente en Quito, lo que motivó su prisión, de la que salió por influencias de su amigo el Padre Sodiro, S. J. a quien probablemente enseñó algunos de sus secretos botánicos.
Perdomo quería viajar a Europa y así lo había expresado en múltiples ocasiones, donde posiblemente su talento y arte hubieran sido mejor apreciados. En Guayaquil operó muy poco pues solo estuvo un mes o quizás algo mas. Se citan cuatro operaciones que le hicieron famoso en el puerto:
1) la extracción de un tumor de la mama,
2) Otro de la muñeca de una mujer,
3) Extracción de una carnosidad en el ojo, y
4) La extracción de una callosidad en la fosa nasal de una niña.
El diario "La Nación" en 1884 refirió el siguiente caso: "Pasaba Perdomo una mañana por el portal de la casa de los señores Sánchez, frente a la iglesia de San Agustín, cuando un hombre del pueblo se le arrodilló en la calle pidiéndole que le extrajera una bala que por espacio de muchos años tenía en una pierna. Perdomo le dijo que descubriera el lugar que indicaba; y cuando el pobre hombre creía que estaba estudiando el mal. Este puso en sus manos la bala, que había extraído casi sin dolor, en un instante, sin sangre y para colmos sin que el interesado se hubiera percatado de ello. ¿Milagro?".
La única fotografía que se le conoce lo muestra blanco, delgado, de estatura mas bien pequeña, bigote, barba de perilla y cabellos negros. Una calvicie pronunciada y la frente amplia. denotan al hombre intelectual, inteligente, bondadoso por el gesto y la mirada.
Fuente: Diccionario Biográfico de Ecuador
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