(Para LECTURAS DOMINICALES) - EL TIEMPO
(Domingo 4 de Octubre de 1959)
San Agustín: Una estatuaria y un rompecabezas para los arqueólogos (Foto: Guillermo Angulo) |
Tales hechos, dicen, además, no merecen nuestras lamentaciones. Es el Viejo Mundo Quien engendró los valores que por antonomasia representan; la cultura y la civilización. Sin el descubrimiento, el Continente Verde hubiera seguido al margen de la historia universal.
Este concepto, superado ya por fortuna en algunos países del continente, subsiste aún en gran parte y sigue ejerciendo una influencia nociva sobre todas las disciplinas que se ocupan del hombre americano. Produce el desprecio por el indio precolombino, a quien se señala con las palabras "bárbaro", "salvaje", "primitivo", digno, apenas, de ser estudiado como una pieza de museo; y también por el indio actual, a quien se niega su capacidad de constituirse en un miembro activo de la vida nacional.
Guiados por estos conceptos, los gobiernos tratan al indio como elemento de segundo orden, ciudadano de segunda clase, confiando que desaparezca por sí solo en el proceso de asimilación con los elementos culturales "superiores" con que está rodeado. Se considera a las comunidades indígenas como instituciones anticuadas, anacronismos que se conservaron por inercia o por la gracia de Dios, y no se estudia su extraordinaria vitalidad, que demostraron por el solo hecho de subsistir, a pesar de la lucha de exterminio que se llevó a cabo contra ellos durante más de cuatro siglos. Al indio de las selvas, indio "salvaje", se trata con indiferencia, observando desapaciblemente cómo se debate desesperadamente contra los colonos, elemento para él foráneo, que baja de los Andes para ocupar las llanuras.
El mismo criterio convierte las ciencias antropológicas en ciencias estáticas, verdaderas ciencias de recolección. Con autosuficiencia, más o menos pronunciada, se recogen ritos, costumbres y creencias, se coleccionan objetos raros y curiosos, "exóticos", contentándose con su mensura y descripción y despreocupándose del "fenómeno", del hombre americano precolombino, considerándolo —aunque a veces sin quererlo admitir— como hombre "precultural".
La nociva influencia del desprecio por el indio se observa, ante todo, en la ciencia histórica. La conquista se presenta como un hecho producido en el vacío, una gloriosa aunque a veces trágica lucha con la fiera naturaleza americana, mientras que el indio desaparece del escenario histórico, después de cortas e insignificantes escaramuzas con el invasor. Se trata a los conquistadores como héroes, superhombres, que deambulan por el vasto continente luchando contra la enmarañada selva, el hambre y el mortífero clima tropical. Si durante las épocas colonial y republicana aparece el indio, rebelándose y luchando; su lucha es la de un moribundo, sin esperanza de éxito, condenado de antemano al fracaso. Se nos presenta la historia como la de los "blancos"; el indio cobrizo no aparece en ella sino ocasionalmente.
Sin embargo, es evidente que la Colombia actual es el resultado no sólo biológico sino también cultural y económico de la convivencia de las dos grandes porciones del pueblo, indios y blancos, que dura ya casi cinco siglos. Las vicisitudes de esta convivencia, es decir, la verdadera historia patria, no puede ser verídica mientras siga siendo unilateral. Si los historiadores antiguos, v. g., los cronistas coloniales, se despreocupaban de la historia indígena, ofreciéndonos sobre ella apenas indicios y tan sólo cuando lo exigía la exposición de la historia "blanca", nosotros, con el enorme material histórico que tenemos a nuestra disposición en los archivos coloniales, no podemos pasar por alto el importante papel que jugó el indio en la formación de la nacionalidad.
Sería largo y fuera del marco de un articulo como el presente, dar una idea, siquiera, de los extraordinarios datos que se conservaron en los archivos y que, al complementar nuestros conocimientos, permitirían escribir la verdadera historia del pueblo colombiano. El indio no Jugó en ella un papel pasivo como generalmente se cree. La trágica lucha de la madera contra el acero, de la piedra contra las balas, de las rodelas de cuero o de corteza de árboles contra las corazas, de frágiles canoas contra navíos armados, de tácticas militares superiores contra bandas primitivas de guerreros, presenta muchas vicisitudes, desconocidas por la historia oficial, que vale la pena de estudiar. La oposición constante de las tribus que habitaban las costas del Mar Caribe contra la invasión de sus tierras y la imposición de una cultura que no era la suya, la revolución de los quimbayas, los levantamientos de los pijaos, de los chibchas, de los páez, etc., son páginas de la historia colombiana que aún esperan su investigador. Desconocido es también en el aporte del elemento indio al buen éxito de las propias expediciones conquistadoras; los miles de guías e intérpretes que, de buen o mal grado, proporcionaron los indios al invasor; las largas caravanas de cargadores indígenas que acompañaban forzosamente la tropa, llevándoles sus armas y mantenimientos; las legiones indígenas "de choque", que los españoles enviaban hacia lugares peligrosos, para que, como "carne de cañón" —que eran flechas, piedras y dardos— allanasen el camino para las victoriosas tropas de los invasores.
Nada nos dice la historia del proceso de la desaparición de las tribus "salvajes", de sus causas y métodos de resistencia; ni de la encarnizada lucha por la existencia que sostenían las tribus andinas, sedentarias o semisedentarias, durante las épocas colonial y republicana.
Aún menos estudiada es su organización política y económica. No se investigó su intenso comercio con sal, marítima y minera, con mantas de algodón, oro en polvo, pescado seco, maíz, etc. No se estudiaron sus vías de comunicación que formaron la base para la posterior red de caminos. ¿Quién podría sospechar que las tribus de las orillas del Magdalena conocían una moneda convencional, en forma de pepas, que en sí no tenían valor alguno, salvo su rareza? O que los indios de la costa tuviesen una moneda que corría desde Santa Marta hasta la desembocadura del Orinoco, en forma de pequeñísimas conchas del tamaño de una cabeza de alfiler, ensartadas en collares, que los españoles tuvieron que comprar con su oro para poder negociar con los indios? Costaba un collar, largo de un palmo, 4 reales de plata a 28 maravedíes.
El concepto que tenemos de la historia americana como una historia "blanca", es un concepto erróneo. Más influyeron en la formación de la nacionalidad las relaciones, hostiles o amistosas, entre los dos grupos básicos de la población americana, indios y blancos, que los cambios de virreyes, presidentes, gobernadores y alcaldes. —
JUAN FRIEDE.
Bogotá, septiembre de 1959.
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